Capitulo 2

Frunció el entrecejo, y trato de menguar la rabia que sentía en todo su interior, el corazón le palpitaba tan fuerte que sentía que por poco se le salia del pecho.
Cerro las cortinas a la par que le daba la espalda a al ventana.
Sean no podía creerlo, no lograba entender como la suerte lo acompañaba tanto, o quizas en nada. Por la ventana habia divisado todo lo ocurrido entre Harol y su Altenia- curioso a pesar de todo aun seguía pensando en ella como suya- ya habían pasado cuatro meses sin que le dirigiera una palabra a su amada.
Justo ese día, en ese momento se le ocurrió mirar por la ventana a la cual tenia acceso, daba a un balcón de unos pocos centímetros, de superficie hacia el exterior, no salio a vislumbrar el paisaje simplemente se asomo por la ventana y lo que vio a unos 20 metros en una pieza de una casa de noble fachada le seco la boca. Suerte o una maldición del destino debía olvidar a esa mujer.
Hizo una mueca como si fuera a escupir sus pensamientos y se sentó en la cama. Hizo un leve intento de llevarse las manos a las sienes, no le dolían para nada, pero cada vez que pensaba en Altenia se le revolvía todo y por poco no se le hacia un agujero en el estomago.
Penso en las cosas que le quedaban por hacer, aun no había terminado de pagar las cuentas, no podia pensar en el dinero que no le estaba llegando de sus trabajos, de nada servia gastar sesos pensando en materialismos que de nada le servían. Pensó en su familia, ¿Como estarían pasándolo allá? en la soledad y la bastedad del calor del norte, hacia meses que debía de haber comenzado a llover y no habia pizca de nubes en el cielo, sopeso la idea que allá 2000 kilómetros cerca de Farein, la Ciudad del Norte, el sol debía arreciar el doble de lo que lo hacia aquí, aqui donde la polera se le empapaba de sudor a los 5 minutos de estar bajo el cenit de la maxima temperatura. Jovai estaba allá arriba. Cielos, como quería a esa mujer, pero no podía hacer nada por ella. Era solo el amor de un hermano a una hermana que nunca ha tenido, pero no podía menos que preocuparse por ella y las dificultades de su vida. Y también estaba Altenia...-Tengo que dejar de pensar en esa jodida mujer- de alguna manera la idea de la que solía ser su amada se las ingeniaba para colarse en la barrera que creaba en torno a sus ideas cosa de solo pensar en situaciones agradables. Pero le fallaba. Era inútil siendo objetivos.
Deshecho esta ultima idea y se puso de pie. Fue al baño haciendo crujir la arena aplastaba bajo sus pies. -Tengo que barrer esta jodida mierda- pensó. No lo haría, nunca lo hacia, pasaba 1 o 2 noches en el mismo lugar y luego se marchaba a realizar la tarea que le habían encomendado.
Debia destruir a Harol, tenia que hacer que perdiera su honor y su prestigio frente a otros cortesanos adinerados. Harol, era del mismo grupo de nobles que le daba trabajo a Sean, no lo hacían directamente claro, uno le pasaba el mensaje a otro que estaba más bajo que su rango, y así, hasta llegar a ubicarlo entre la inmundicia que sobrecargaba las calles de Nine, generalmente era un ebrio al que debían de contratar para que transportara el mensaje, nadie sospecharía de un ebrio que sale de una taberna para ir a otra. El país estaba hecho un asco. Pero a el le importaba poco. Solo sabia hacer lo suyo, y tenia que hacer lo que tenia que hacer.
Volvió a mojarse la cara con agua y se miro al espejo, cansado, tristeza y cansancio reflejaba su rostro. No era la primera vez que viajaba diariamente sobre su caballo, deteniéndose a penas para que su alto halagan descansara un poco y recobrara fuerzas. Pero eso era lo el veía en su rostro. Sus ojos, como habían cambiado, verdes con tintas de color amarillo, le habían dado mucha popularidad con las mujeres en su juventud, fue así como conoció a Altenia... hizo una mueca, a la par que sus cejas se fruncían y marcaban arrugas en su frente. Era la imagen de la rabia, le costaba trabajo dejar de pensar en aquella mujer, y más dolor el pensar en como la había perdido, lo había hecho porque no pudo lidiar con su oponente, el mismo. Su boca se arqueo como en una sonrisa irónica y se lanzo de frente contra el espejo. Un sordo sonido inundo la pieza, los pedazos de vidrios que se desprendieron con el azote de su cabeza cayeron sobre el suelo y estallaron en otros tantos aun más diminutos. Se alejo de la zona de impacto y quedo fijamente prendido a lo que veía a través de los surcos que ahora llenaban lo que quedaba del espejo y que se concentraban todos en un punto donde un circulo nublado marcaba el punto exacto donde se había golpeado.
Se quedo fijo, mirandose a través de la imagen y lo que vio no le dio para nada un alivio a la amargura. Se vio a él mismo. Nada cambiaba a pesar de que intentaba cambiar su destino. Debía sobrevivir hasta ese día. Debía salvarlos y morir. Era el destino que le habían confiado y era, quisiera o no, la única suerte que tenia que correr. Hiciera lo que hiciera, toda su vida regresaba al mismo punto donde la había dejado cada vez que se exiliaba en el olvido. Debía morir.
Salio al pasillo el cual estaba apenas iluminado y comenzó a avanzar entre las sombras que se desprendían de las paredes de la hostería. No sabia donde ir ni que hacer, pero la suerte siempre se lo indicaba, eso o era que estaba demente.
Cerro las cortinas a la par que le daba la espalda a al ventana.
Sean no podía creerlo, no lograba entender como la suerte lo acompañaba tanto, o quizas en nada. Por la ventana habia divisado todo lo ocurrido entre Harol y su Altenia- curioso a pesar de todo aun seguía pensando en ella como suya- ya habían pasado cuatro meses sin que le dirigiera una palabra a su amada.
Justo ese día, en ese momento se le ocurrió mirar por la ventana a la cual tenia acceso, daba a un balcón de unos pocos centímetros, de superficie hacia el exterior, no salio a vislumbrar el paisaje simplemente se asomo por la ventana y lo que vio a unos 20 metros en una pieza de una casa de noble fachada le seco la boca. Suerte o una maldición del destino debía olvidar a esa mujer.
Hizo una mueca como si fuera a escupir sus pensamientos y se sentó en la cama. Hizo un leve intento de llevarse las manos a las sienes, no le dolían para nada, pero cada vez que pensaba en Altenia se le revolvía todo y por poco no se le hacia un agujero en el estomago.
Penso en las cosas que le quedaban por hacer, aun no había terminado de pagar las cuentas, no podia pensar en el dinero que no le estaba llegando de sus trabajos, de nada servia gastar sesos pensando en materialismos que de nada le servían. Pensó en su familia, ¿Como estarían pasándolo allá? en la soledad y la bastedad del calor del norte, hacia meses que debía de haber comenzado a llover y no habia pizca de nubes en el cielo, sopeso la idea que allá 2000 kilómetros cerca de Farein, la Ciudad del Norte, el sol debía arreciar el doble de lo que lo hacia aquí, aqui donde la polera se le empapaba de sudor a los 5 minutos de estar bajo el cenit de la maxima temperatura. Jovai estaba allá arriba. Cielos, como quería a esa mujer, pero no podía hacer nada por ella. Era solo el amor de un hermano a una hermana que nunca ha tenido, pero no podía menos que preocuparse por ella y las dificultades de su vida. Y también estaba Altenia...-Tengo que dejar de pensar en esa jodida mujer- de alguna manera la idea de la que solía ser su amada se las ingeniaba para colarse en la barrera que creaba en torno a sus ideas cosa de solo pensar en situaciones agradables. Pero le fallaba. Era inútil siendo objetivos.
Deshecho esta ultima idea y se puso de pie. Fue al baño haciendo crujir la arena aplastaba bajo sus pies. -Tengo que barrer esta jodida mierda- pensó. No lo haría, nunca lo hacia, pasaba 1 o 2 noches en el mismo lugar y luego se marchaba a realizar la tarea que le habían encomendado.
Debia destruir a Harol, tenia que hacer que perdiera su honor y su prestigio frente a otros cortesanos adinerados. Harol, era del mismo grupo de nobles que le daba trabajo a Sean, no lo hacían directamente claro, uno le pasaba el mensaje a otro que estaba más bajo que su rango, y así, hasta llegar a ubicarlo entre la inmundicia que sobrecargaba las calles de Nine, generalmente era un ebrio al que debían de contratar para que transportara el mensaje, nadie sospecharía de un ebrio que sale de una taberna para ir a otra. El país estaba hecho un asco. Pero a el le importaba poco. Solo sabia hacer lo suyo, y tenia que hacer lo que tenia que hacer.
Volvió a mojarse la cara con agua y se miro al espejo, cansado, tristeza y cansancio reflejaba su rostro. No era la primera vez que viajaba diariamente sobre su caballo, deteniéndose a penas para que su alto halagan descansara un poco y recobrara fuerzas. Pero eso era lo el veía en su rostro. Sus ojos, como habían cambiado, verdes con tintas de color amarillo, le habían dado mucha popularidad con las mujeres en su juventud, fue así como conoció a Altenia... hizo una mueca, a la par que sus cejas se fruncían y marcaban arrugas en su frente. Era la imagen de la rabia, le costaba trabajo dejar de pensar en aquella mujer, y más dolor el pensar en como la había perdido, lo había hecho porque no pudo lidiar con su oponente, el mismo. Su boca se arqueo como en una sonrisa irónica y se lanzo de frente contra el espejo. Un sordo sonido inundo la pieza, los pedazos de vidrios que se desprendieron con el azote de su cabeza cayeron sobre el suelo y estallaron en otros tantos aun más diminutos. Se alejo de la zona de impacto y quedo fijamente prendido a lo que veía a través de los surcos que ahora llenaban lo que quedaba del espejo y que se concentraban todos en un punto donde un circulo nublado marcaba el punto exacto donde se había golpeado.
Se quedo fijo, mirandose a través de la imagen y lo que vio no le dio para nada un alivio a la amargura. Se vio a él mismo. Nada cambiaba a pesar de que intentaba cambiar su destino. Debía sobrevivir hasta ese día. Debía salvarlos y morir. Era el destino que le habían confiado y era, quisiera o no, la única suerte que tenia que correr. Hiciera lo que hiciera, toda su vida regresaba al mismo punto donde la había dejado cada vez que se exiliaba en el olvido. Debía morir.
Salio al pasillo el cual estaba apenas iluminado y comenzó a avanzar entre las sombras que se desprendían de las paredes de la hostería. No sabia donde ir ni que hacer, pero la suerte siempre se lo indicaba, eso o era que estaba demente.