Lo dejaré todo: Una llamada en la puerta

Saturday, October 25, 2008

Una llamada en la puerta

Capitulo 9

—¿Y bien? —demandó Hetamal—. ¿Qué dices a eso?

Ancho, sólido y fuerte, justo la clase de hombre que siempre le había gustado, Hetamal Radoc se había parado junto a la cama, en mangas de camisa, el rostro ceñudo y con los puños en las caderas, en absoluto la postura que un empleado debería adoptar ante su señora. Con un suspiro, Ninda dejó caer las manos sobre el estómago. Hetamal no aprendería nunca cómo se suponía que debía comportarse un mozo. Se lo tomaba todo a broma, o como un juego, como si nada de aquello fuese real. A veces decía incluso que deseaba ser su conyugue, por muchas veces que ella le explicara que no pertenecía a la generación de familias que merece su mano. En una ocasión había hecho que lo azotaran, y después se había negado a dormir en la misma cama con ella por meses, hasta que le pidió disculpas. ¡Disculpas! ¡Ella!
Los hombres son una cosa tan tozca y primitiva que a veces una solo tiene que rendirse a la dureza de su esculpido. No se puede dialogar ni mucho menos razonar con una piedra, pensó.
Hizo un rápido repaso mental de los rezongos que había escuchado a medias. Sí; todavía los mismos argumentos después de todo ese tiempo. Nada nuevo. Bajó las piernas por el borde de la cama, se sentó y fue recalcando cada respuesta enumerándolas con los dedos. Lo había hecho tan a menudo que habría podido recitarlas de memoria.

—Si hubieses intentado raptarme, tarde o temprano mi esposo te encontrara y de seguro terminaras atado a un mástil condenado a navegar hasta que mueras de inanición o en el hacha de un verdugo. Ya intentaste hacer una estupidez una vez y ese tal Sean te atrapo y vendió como esclavo, ese es un hombre peligroso y creo que mi esposo hace negocios con él o quizás intente asesinarnos, no lo se, siempre siento lo mismo cuando lo veo. Esa vez que nos vio en la cama no, no fue un encuentro casual, Hetamal, y lo sabes; cuando íbamos en un barco nos persiguio porque su primera orden era la de matar el capitán, la mala suerte era que nosotros habíamos alquilado un camarote para pasear aprovechando la ausencia de Harol. Salvo porque use el cabello teñido con mis tinturas vegetales y no use mi verdadero nombre disipé sus sospechas. De haber hecho otra cosa, ¡cualquier otra cosa!, habríamos acabado todos encadenados en la bodega y vendidos tan pronto como hubiésemos atracado en Pissten. Dudo que hubiésemos sido lo bastante afortunados para afrontar el hacha del verdugo en cambio. —Alzó el pulgar—. Y, por último, si hubieses conservado la calma como te dije, tampoco habrías ido a la plataforma de subastas. ¡Me costaste un montón de dinero!
Al parecer, otras cuantas mujeres en Pissten tenían el mismo gusto respecto a los hombres. Habían subido la puja desmesuradamente. Tozudo como era, el hombre se puso ceñudo mientras se rascaba la barba corta con gesto irritado.
—Sigo opinando que podríamos haberlo tirado todo por la borda —murmuró—. Ese vengador no tenía prueba alguna de que nosotros estuviéramos en el barco.
—Los asesinos no necesitan pruebas —repuso ella, imitando su acento en son de burla—. Los asesinos buscan y las encuentran, y el modo de encontrarlas es doloroso. —Si se veía limitado a sacar a relucir lo que incluso él había admitido hacía mucho tiempo, quizás estaba cerca finalmente de poner fin a todo el asunto—. En cualquier caso, Hetamal, ya has admitido que no hay nada malo en que Altenia tenga poder y controle los pensamientos y confabule el gobierno de Harol. Nadie puede oponerseles a menos que se acerque a él en riquezas, y no he oído nada que sugiera que alguien lo haya hecho o vaya a hacerlo. —Se contuvo de añadir que tampoco importaba gran cosa si alguna persona lo hacía. Lo hecho, hecho está, Hetamal. Si Dios quiere, viviremos mucho al servicio del imperio. Bien, dices que conoces esta ciudad. ¿Qué puede verse o hacerse aquí que sea interesante?
—Siempre hay festivales de alguna clase —contestó lentamente, a regañadientes. Nunca le gustaba dar por perdida una discusión, por fútil que fuese—. Algunos podrían ser de tu agrado, y otros no, creo. Eres muy... quisquillosa.
¿Qué querría decir con eso? De repente el hombre sonrió, antes de continuar.
—Podríamos encontrar a una Mujer vinculadora. Aquí ratifican los votos de matrimonio. —Se pasó los dedos por el cabello al tiempo que giraba los ojos hacia arriba, como si intentara vérselo—. Claro que, si recuerdo bien la charla que me diste sobre los «derechos y privilegios» de mi posición, los esclavos sólo pueden casarse con otros esclavos, así que tendrás que liberarme antes. Así la Fortuna me clave su aguijón, todavía no posees ni un palmo de esas propiedades que te prometieron. Yo podría reanudar la anterior actividad comercial y darte una propiedad a no tardar.
Se quedó boquiabierta. Esto no era algo viejo, sino muy, muy nuevo. Ninda se había preciado siempre de ser equilibrada. —No es así de sencillo —contestó al tiempo que se incorporaba, obligándolo a retroceder un paso. ¡Por la Luz bendita, detestaba oír entrecortada su voz!—. La libertad requiere que te provea de medios para vivir como un hombre libre, asegurarme de que puedes mantenerte a ti mismo. —¡Dios! Soltar a borbotones las palabras era tan malo como tener entrecortada la voz. Se imaginó a sí misma en la tranquilidad de un baño de espumas, hecho que la ayudó un poco—. En tu caso, eso significa comprar un barco, supongo —añadió, al menos en un tono que sonaba sereno—, y, como me has recordado, todavía no tengo todo lo que quiero. Además, no podría dejarte volver al contrabando, y lo sabes. —Aquello era la pura verdad, y el resto no del todo una mentira. Sus años en el mar habían sido provechosos y, aunque el oro del que podía disponer fuera mera rebusca de la cosecha a los ojos de alguien razonable, sí podía comprar un barco, siempre y cuando él no quisiera un barco de largas travesías; pero de hecho en ningún momento había negado que estuviera a su alcance adquirir uno.
Él le extendió los brazos, otra cosa que supuestamente no debía hacer, y al cabo de un momento Ninda apoyaba la mejilla en el fuerte hombro y dejaba que la abrazara.
—Todo saldrá bien, nena —murmuró Hetamal con ternura—. Saldrá bien, de algún modo.
—No debes llamarme «nena», Hetamal—lo reprendió, mirando fijamente detrás de su hombro, hacia la chimenea, que parecía no conseguir enfocar. Antes de abandonar a Harol había decidido casarse con él, una de esas fulgurantes decisiones que habían creado su reputación. Sería un contrabandista, pero ella habría podido cortar eso, y también era tenaz, firme, inteligente y fuerte, un marino. Esto último siempre había sido una necesidad para ella; sólo que no conocía sus costumbres. En algunos sitios del imperio eran los hombres quienes hacían la petición, y de hecho se ofendían si una mujer lo sugería incluso. Tampoco sabía nada de engatusar a un varón. Sus contados amantes habían sido hombres de igual rango, a los que podía acercarse abiertamente y despedirse de ellos cuando el uno o el otro recibía órdenes de trasladarse a otro barco o era ascendido. Y ahora él era un esclavo. No había nada de raro en acostarse con el propio esclavo, claro, siempre y cuando no se hiciera alarde de ello. Hetamal se prepararía un jergón a los pies de la cama, como de costumbre, aun cuando nunca durmiera en él. Pero liberar a un esclavo, privándolo de los derechos y privilegios de los que él se burlaba, era un acto cruel al máximo. No, de nuevo mentía al eludir toda la verdad, y lo que era peor es que se mentía a sí misma. Deseaba sin reservas casarse con Hetamal Radoc, pero se sentía tremendamente insegura de ser capaz de unirse a una propiedad manumitida.
—Será como mi señora diga —contestó él en una risueña pantomima de formalidad.
Ninda le lanzó un puñetazo más abajo de las costillas. No muy fuerte. Justo lo suficiente para hacerle soltar un quedo gruñido. ¡Tenía que aprender! Ya no quería visitar los lugares de interés de esta ciudad; sólo deseaba seguir donde estaba, rodeada por los brazos de Hetamal, sin tener que tomar decisiones, permanecer para siempre así.
De pronto sonaron tres golpes secos en la puerta.

2 comments:

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